Escuchar a los niños
El problema de los niños “caprichosos”, que “no tienen límites” o que “se portan mal” es un problema falso, hay que escuchar a los niños
La revista catalana “Toc-Toc” ha publicado este artículo, Escuchar a los niños, de la psicoterapeuta argentina Laura Gutman que merece la pena leer. Gracias a Gloria Portals por dedicar una parte de su valioso tiempo (robado al sueño, que no a sus hijos) en su traducción del catalán.
El problema de los niños “caprichosos”, que “no tienen límites” o que “se portan mal” es un problema falso. En realidad necesitamos abordar la discapacidad que tenemos los adultos para comunicarnos con los niños. Por eso necesitamos escucharlos, reconocer nuestras propias necesidades y las de ellos, y comunicarnos verbalmente legitimando lo que nos pasa. Entonces tendremos que buscar acuerdos entre el deseo de uno y el deseo del otro, buscando creativamente una manera de respetarnos.
Siempre me ha llamado la atención que no consideremos necesarios los acuerdos con los niños. Por ejemplo: un niño nos pide que le contemos un cuento antes de ir a dormir. Le decimos que se ha de lavar los dientes. Se enfada. Discutimos. Ni se lava los dientes, ni le contamos el cuento. Por la noche, se hace pipí. Estamos todos confusos y amargados.
Una opción posible es tener en cuenta la demanda original, formulada con la forma desplazada de contar el cuento.
Reconocemos que hemos trabajado todo el día, que el niño pequeño nos echa de menos, que quiere un momento de intercambio solo, que ya no sabe cómo pedirlo. Aquí los adultos contamos con la palabra mágica: -Ah… ¿Quieres que te cuente un cuento? Qué te parece si nos lavamos los dientes?- O bien, -Yo también tengo ganas de estar un rato tranquila contigo- o, incluso, podríamos dejar el lavarse los dientes para otro momento. Si los niños piden que les contemos un cuento, ¡tengámoslos en cuenta! Pactemos teniendo presente lo que ellos necesitan y lo que nosotros adultos estamos en condiciones de ofrecer: ponerse de acuerdo significa acercar posiciones.
Una vez hemos accedido a la petición desplazada, tenemos que ir a buscar la petición original. Esta cuestión requiere un conocimiento genuino sobre las necesidades básicas de los más pequeños. Los adultos solemos considerar que “ya son demasiado mayores para…” creemos que deberían de hacer algo que todavía les resulta difícil como habilidad: jugar solos, no chuparse el dedo, permanecer en fiestas de cumpleaños sin nuestra presencia, dejar el biberón, no interrumpir cuando los mayores conversan, etc. No obstante, los niños que “no hacen caso” generalmente proceden de hogares donde la presencia comprensiva de los padres es escasa.
En cambio, escuchar a los niños e intentar con ellos una comunicación honesta requiere un mínimo de dedicación: o nos disponemos a buscar un rato largo al día a alimentar las relaciones afectivas con nuestros hijos, o la vida cotidiana se convierte en un infierno de prohibiciones. No hay niños difíciles, hay adultos a los que nos resulta más fácil desplegar nuestra energía y nuestros intereses en otros ámbitos.
Cuando las familias consultan porque los “niños no tienen límites”, suelo sugerirles una tarea muy difícil: que se organicen para permanecer 15 minutos al día sentados en el suelo de la habitación de su hijo o hija sin hacer nada. Solamente observándolo y estando disponibles. A la próxima entrevista que tenemos solemos comentar los resultados. Aunque parezca increíble, casi ninguno lo consigue. Porque suena el móvil, o han llegado tarde de una fiesta de cumpleaños, o han ido a comprar o se ha puesto enferma la abuela. De esa forma podemos, al menos, reconocer los obstáculos emocionales que la mayoría de los adultos tenemos para ocuparnos 15 minutos al día exclusivamente de nuestros hijos e hijas. La realidad es que los niños esperan. En la vida cotidiana el instante “de estar con los padres” parece que no llega nunca.
Si por casualidad el niño está entretenido, lo “aprovechamos” para “huir” a preparar la cena. Entonces el niño interpreta “cuando estoy tranquilo y juego solo, pierdo la madre o el padre”. En cambio si molesto, “tengo el padre o la madre”. Cada niño “caprichoso” es un niño que necesita más “padre o madre”, necesita un adulto que se pare, que encuentre “un límite” a su actividad vertiginosa.
Estamos preocupados por la educación de nuestros hijos e hijas, preguntándonos cómo hacerlo para que se porten bien, sean amables y educados y puedan vivir según las normas de nuestra sociedad. No obstante, estos “resultados” no dependen tanto de nuestros deseos, sino de lo que comunicamos genuínamente. Por eso se requiere un trabajo de introspección permanente. No podemos pretender que los niños pequeños expliquen con sencillez lo que les pasa, si no les escuchamos. Tampoco serán capaces de hacerlo si nosotros no les explicamos qué nos pasa. Y todavía peor, nosotros no sabemos hablar con ellos, porque ¡ni siquiera nos entendemos a nosotros mismos! Pero solamente será posible llegar a cuerdos, si tenemos presente el conocimiento y la aceptación de lo que nos sucede a todos. De esa manera será factible experimentar encuentros armoniosos y tiernos.
En vez de hablar “de esos niños que se portan mal”,hace falta considerar nuestros modelos de comunicación, la confianza con la que nos dirigimos hacia nuestros niños, la búsqueda de nuestra verdad y el ejercicio de hablar con la verdad personal cada día, a cada instante, con cada uno de los niños. Este entrenamiento requiere valentía, ya que a veces tenemos que despojarnos de modelos antiguos aprendidos en nuestra infancia, que perpetúan autoritarismos, miedos y enormes desconocimientos del alma humana. En la práctica cotidiana de la escucha, constatamos que las “luchas” contra los niños se suavizan, aparecen la comprensión y la aceptación de las diferencias y el verdadero sentido personal que tiene para cada uno de nosotros la vida compartida con nuestros hijos e hijas.
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